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Enmmanuel Macron conjura en Verdún los demonios de la Europa de 2018

Hace frío en Les Éparges a las 8 de la mañana, el sol está a punto de barrer los últimos jirones de niebla. Los árboles lucen toda la gama de ocres de un otoño cálido. Hace cien años, tras los violentos combates de 1915, los escasos árboles eran troncos sin ramas, del pueblo no quedaba piedra sobre piedra y su célebre loma era un paisaje lunar horadado por cráteres de bombas.

Lo vemos en las fotos en blanco y negro de la sala que compartimos policías y periodistas, un café, una magdalena, un baño. Los 74 habitantes de este pueblo de La Lorena asoman poco a poco porque este martes viene el presidente de la República, Emmanuel Macron.

Uno de ellos viste uniforme de la Primera Guerra Mundial, botas lustradas, polainas de cuero, guantes, el correaje cruzado, la funda (vacía) de la pistola, el capote azul y las insignias del 106 regimiento en las solapas y el kepis. Posa en posición de descanso, imperturbable, delante del busto de Maurice Genevoix autor de ‘Los del 14’ olvidado durante años pero muy apreciado por Macron.

Y ésa es la razón por la que estamos este martes aquí el presidente, la prensa, Julien, nieto del escritor y los escolares del Liceo Santa Margarita de Verdún que se han ganado el día libre en una competición sobre la Gran Guerra. El presidente, sonriente, maquillado, sobrio de colores, se para con ellos y les hace reír: ¿Tienen autorización del colegio?”.

En esta colina, Genevoix fue herido. También Ernst Jünger. Lo cuenta en ‘Tempestades de Acero’: “Un relámpago brilló de repente en las alargadas raíces de aquella haya y un golpe contra mi muslo izquierdo me tiró al suelo (…), el calor de la sangre que fluía en abundancia me hizo ver que estaba herido”.
Reconciliación

Da igual la lengua en que se contara la tragedia. Verdún, en cuya necrópolis Macron pasó revista a las tropas y depositó una corona, es una de las mayores estupideces humanas. Impresiona el mar de 16.000 cruces blancas. En un alto del parque está el osario de Douaumont, 137 metros de largo en cuyo subsuelo se reunieron los restos anónimos de los caídos de los dos bandos en los 46 sectores de la batalla de Verdún. Fue el primer lugar de reconciliación, puesto en pie por la Iglesia, entre Francia y Alemania que años después sellaron Helmut Kohl y François Mitterrand.

Aquí, en las primeras semanas de la ofensiva alemana de febrero de 1916, sus soldados “morían al increíble ritmo de uno cada 45 segundos” (‘La Primera Guerra Mundial’, Martin Gilbert, La Esfera).

En cinco meses de batalla, 500.000 franceses resistieron el ataque de un millón de alemanes, se usó gas, se empleó por primera vez el lanzallamas. Para aguantar, los franceses acarrearon 50.000 toneladas de munición y pertrechos ¡al día! Empleaban 6.000 camiones y una división entera para mantener la ruta que recibió el nombre de Camino Sagrado.

Al final, en esos meses, “cada bando había perdido, entre muertos y heridos, unos 250.000 hombres; el avance alemán sobre el terreno solo era de 15 km.” (‘Historia de Europa en el siglo XX’, Altrichter y Bernecker).
El tartamudeo de la Historia

Un siglo después en Les Éparges, Macron declama (interpreta, casi) un bello discurso en el que se adivina la pluma lírica de Sylvain Fort. Entre el recuerdo de los que dieron su vida por Francia “ejemplo de fraternidad y patriotismo”, las advertencias sobre el presente: “Nada esta garantizado para siempre”. “La Historia puede tartamudear”. “Los mismos demonios pueden resurgir”. Son citas de su discurso.

Por si el mensaje no quedaba claro entre tanto sentimiento, Macron fue más prosaico por la mañana en la emisora Europe1: “¿No están ahí los nacionalismos? ¿Quién ganó las últimas europeas en Francia? El Frente Nacional. Europa está cada vez más fracturada. El nacionalismo remonta. Ese nacionalismo que pide el cierre de fronteras, que preconiza el rechazo del otro. Juega con los miedos. Necesitamos una Europa más fuerte, que proteja. hay que se conscientes de que la paz y la prosperidad en la que vive Europa desde hace 70 años es un paréntesis dorado en nuestras historia”.

Las visitas a Les Éparges y Verdún son la tercera etapa de un viaje de una semana por el Este y el Norte de Francia. Entre los escenarios de la Primera Contienda y visitas a fábricas, ayuntamientos y escuelas. Para conectar con la Francia rural que le ha dado la espalda en los sondeos. Con el plus diplomático de exhibición de la reconciliación con Alemania y el remate de una cumbre en París el domingo. Este lunes, por la tarde, Macron rindió homenaje a los héroes del ejército negro, las tropas de las entonces colonias africanas. Le acompañó el presidente de Mali, Ibrahim Boubacar, en una ceremonia en Reims, ciudad mártir de la contienda.

En su discurso matinal, Macron anunció que el año próximo hará entrar en el Panteón de París a los hombres y mujeres (soldados, oficiales, enfermeras) de la Primera Guerra Mundial. Con el escritor Maurice Genevoix como portaestandarte. Santos de la nación, modelo para los franceses del presente…

Y una manera de llenar un hueco en el relato nacional. Porque en Verdún se cruzaron los destinos de los dos hombres de armas más importantes del siglo XX para Francia. Pétain fue el jefe de la victoria. Pero su sumisión a los nazis en los años 40 le mandó al infierno de la memoria. Aquí también fue herido un joven oficial llamado De Gaulle que pasó el resto de la contienda preso. Y que salvó el honor de Francia en la Segunda Guerra Mundial. Un siglo después es la hora de los héroes menos sonoros.

el mundo

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