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El escándalo de Barcelona desentierra abusos de los Maristas en Vic, Girona y Mataró

Ninguno de ellos ha denunciado ante los Mossos d’Esquadra los abusos que sufrieron de niños, cuando estudiaban en colegios maristas de Girona, de Mataró y de Vic. Los tres coinciden en no atribuir a sus experiencias “la gravedad” que tienen los casos que ahora denuncian exalumnos de los colegios de Sants-Les Corts y de la Inmaculada, ambos en Barcelona. También comparten otra cosa: tras seguir el escándalo de pederastia escolar quieren revelar lo que esconden otros centros de la misma congregación religiosa repartidos por el territorio catalán.

La primera escuela que los Maristas, procedentes de Francia, abrieron en España fue construida en Girona, cerca de la actual plaza de la Mercè. La segunda, al lado de la catedral de la misma ciudad. En esta segunda estudió J. a comienzos de los años 70. Tres fuentes distintas contactadas por este diario confirman lo mismo que cuenta este exalumno. El entonces prefecto del colegio, un hermano marista cuyo apellido comienza por G., hacía tocamientos en los genitales a los menores aprovechando que entre sus funciones estaba la de hacerse cargo de la enfermería. “Tuvieron que pasar algunos años para que entendiera que aquellos cuidados médicos que me dedicó en realidad fueron abusos”, explica J.

Mientras esto ocurría en Girona, en la escuela Valldemia de Mataró otro niño, cuya nombre comienza por A., tuvo que abandonar cuarto de EGB precipitadamente tras huir por los pelos de una encerrona que le preparó el director de su centro. El hermano I., antiguo maestro del colegio de Girona y que ocupaba el cargo de director en Mataró durante los años 70, lo citó un sábado por la mañana para que le ayudara con algunas tareas. “Eran encargos sin mucho sentido”, recuerda ahora. Al finalizarlos, le pidió que le acompañara a cerrar todas las aulas. Cuando entraron en la última cerró la puerta con llave y, una vez a solas, hizo que se sentara en su regazo. “Comenzó a acariciarme las piernas y fue subiendo por la pernera del pantalón corto hacia los genitales”, explica. En ese instante vio que la llave seguía en la cerradura. “Salté de su regazo, abrí la puerta y me escapé”.

Contó lo ocurrido a su familia y esta, tras quejarse en el colegio, optó por cambiarle de centro esa misma semana. “Nadie en casa tuvo dudas de lo que había estado a punto de ocurrir, y fue muy doloroso porque mis padres eran muy creyentes”, recuerda.

Una las pocas víctimas que han hablado dando la cara públicamente hasta la fecha ha sido el escultor Enric Pladevall. Estudió en los Maristas de Vic entre 1960 y 1964. “Desde primero hasta cuarto de bachillerato”. Sufrió a dos docentes de la orden. A uno de ellos, el hermano F., le gustaba “golpearnos en los testículos con una pelota”. Aquello le hacía “estallar de risa”. El segundo era peor. “Al hermano M. le vi masturbase durante la clase al menos un par de veces”, cuenta el artista.

Pladevall vivía justo detrás del centro, de modo que el patio de su casa compartía la pared posterior del edificio del colegio, precisamente la zona de la residencia de los maristas. Un día, el hermano M. debió de ver a sus primas -menores de edad- “en traje de baño” y al poco tiempo le llamó durante el recreo para preguntarle “cuál de las dos chicas tenía los pechos mas grandes mientras se masturbaba”. Este religioso no se limitaba a mirar, escuchar y masturbarse. Llegó más lejos y algunos de sus alumnos sufrieron tocamientos. Algo que Pladevall se atrevió a denunciar al director del centro. Su reacción fue desconcertante. Para aclarar qué era lo que les hacía el pederasta, su jefe repitió la misma acción manoseándole los genitales para preguntarle: “¿Esto es lo que os hace?”.

Pladevall cuenta su experiencia porque está convencido de que conviene “arrojar luz” sobre este pasado “tan oscuro”. Aquellos abusos tuvieron lugar en un contexto de opresión franquista, en aulas presididas por retratos “del generalísimo y José Antonio y un crucifijo”. Deben conocerse, considera el escultor, porque fueron a consecuencia “de la represión sexual” que se respiraba en aquella época anterior a la democracia. Además, opina que “el celibato es una anomalía biológica”. Si un docente no conoce su sexualidad, “no debería enseñar nada”, concluye Pladevall.

El periodico

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