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Los 15 pueblos más bellos de España

Nunca es sencillo elaborar un ranking de los pueblos más bellos de España. VIAJAR ha contado en esta ocasión con la colaboración de la web TripAdvisor, que ha proporcionado las votaciones de sus usuarios. El resultado es una selección en la que, obviamente, están todos los que son, pero no son todos los que están. Los quince pueblos escogidos se han ordenado en función de la puntuación otorgada a su belleza y además a las preferencias de los viajeros respecto a sus hoteles, restaurantes y servicios. Quince lugares para no olvidar.

De aires medievales, en la montaña, bañados por la luz del Mediterráneo o por las aguas del Cantábrico, aislados, perdidos… Todos estos son motivos más que suficientes para elegir los pueblos más bonitos de España. Confeccionar una lista con esos enclaves que despiertan la emoción al contemplarlos en la distancia o al transitar por sus calles no ha sido tarea fácil. Para realizarla, la revista Viajar ha contado con la colaboración de TripAdvisor, gracias a la cual ha sido posible poner nombre a esas 15 localidades que por su patrimonio artístico, por el paisaje que las envuelve y por su historia merecen ser catalogadas como las más bellas de nuestro país.

Estos 15 pueblos más bonitos de España están repartidos por toda la geografía del país. Laguardia, Hondarribia, Ronda, Alquézar o Chinchón forman parte de esta lista en la que, además de conocer el pueblo te detallamos algunos de los mejores lugares en los que comer, dormir y/o hacer. Porque pasear por esta bellas localidades es un plan perfecto pero también lo es deleitarse con su grata gastronomía y conocer sus alrededores.

En cualquier caso, estos bonitos pueblos de España son perfectos para hacer una escapada de fin de semana o un viaje más largo si consideramos hacer una ruta. En cualquier caso son lugares que no podemos dejar de conocer y que debemos visitar al menos una vez en la vida.

Descubre con nosotros cuáles son los 15 pueblos más bellos de España.

1. Ronda

Avistamos Ronda. Estaba enriscada en la sierra, como una prolongación natural del paisaje, y a la luz del sol me pareció el lugar más hermoso del mundo. Quien así habla es Juan Goytisolo, enamorado de esta localidad malagueña, dividida en dos por el río Guadalevín, que atraviesa el núcleo urbano formando un espectacular tajo de más de cien metros de profundidad. De la plaza del Campillo parte un camino que conduce hasta el Arco de Cristo, desde donde se obtienen unas fantásticas vistas del Puente Nuevo, impresionante obra de ingeniería de siglo XVIII. Las laberínticas calles de Ronda recuerdan su pasado musulmán, época a la que corresponden la puerta de Almocábar, los baños árabes y el alminar de San Sebastián, en una zona con rincones pintorescos, como el callejón de los Tramposos, tras el cual se alza la bella iglesia de Santa María de la Encarnación. Nazarí es la Casa del Gigante, de estilo mudéjar-renacentista el Palacio de Mondragón y universal su famosa plaza de toros, construida toda en piedra.

2. Vejer de la Frontera, Cádiz

Vejer de la Frontera es como un faro iluminado en medio de la montaña. Incluso cuando es de día. Esa es la impresión que uno tiene cuando comienza a atisbar su figura a lo lejos, desde la carretera que se eleva suavemente mientras nos acerca a ese resplandeciente conjunto de palmeras y casitas blancas que forman la cara norte del municipio. Su entramado de vías estrechas, callejones y cuestas se amolda a la perfección a las dos colinas sobre las que se asienta. En la parte más elevada, el castillo brinda la mejor panorámica. En Vejer la vida está en la calle, en las terrazas de sus plazas, como la de España, la de los pescaítos, llamada así por los peces de colores de su fuente. La playa del Palmar, a diez minutos en coche, es un buen lugar para esperar la caída del sol.

3. Cangas de Onís, Asturias

La primera capital del reino asturiano es el mejor centro de operaciones si lo que se quiere es visitar los lagos de Covadonga. Pero también es éste un sitio alegre y vital, sobre todo si es domingo, día de mercado. A las puertas mismas de los Picos de Europa, Cangas de Onís encuentra en su puente romano su principal reclamo. Aunque hay que hacer una aclaración: en realidad, el puentón, de cuyo arco central cuelga una reproducción de la Cruz de la Victoria, es medieval. De especial interés resultan también el dolmen que aún puede verse en la cripta de la ermita de la Santa Cruz y el monasterio de San Pedro de Villanueva, que conserva los ábsides de una iglesia románica. Degustar una sidra y probar el queso Gamonedo son dos tentaciones en las que hay que caer antes de recorrer el entorno natural que envuelve el concejo.

4. Altea, Alicante

Un pueblo volcado sobre el Mediterráneo. Así es Altea, que desde la punta del Mascarat se abre en una ensenada en la que calas y playas se suceden hasta alcanzar el espigón del puerto que pone su límite con L”Alfàs del Pi. El encanto blanco de su casco urbano, cuyas calles trepan escalonadas entre casas encaladas, sucumbe de pronto ante el azul vibrante de la cúpula de su iglesia parroquial. La luz del día y el romanticismo de la noche dotan de una magia especial a este lugar en el que perviven las tradiciones artesanas, con artistas que abarcan todos los oficios: madera, papel, cuero… Desde Altea la Vella se puede iniciar una ruta que pasa por la fuente del Garroferet y culmina en la cima de la sierra de Bèrnia.

5. Albarracín, Teruel

Escuchar un concierto de música clásica en la iglesia de Santa María de Albarracín puede ser la mejor forma de alimentar el espíritu en esta villa medieval, puerta de entrada a la sierra que le da nombre. Entre barrancos profundos y valles húmedos se alza un pueblo que durante siglos resultó casi inaccesible, atrapado como está en un marco natural tan caprichoso y soberbio. Un espolón rocoso rodeado por un meandro del río Guadalaviar cobija este impresionante conjunto amurallado, con un casco antiguo de calles empedradas, con escaleras y cuestas casi imposibles. Para obtener las mejores vistas hay que asomarse al mirador que hay junto a la Catedral. Las casas, de yeso rojizo, parecen desafiar la ley de la gravedad.

6. Úbeda, Jaén

Ubeda es, junto a Baeza, el máximo representante del Renacimiento en España. Recostada en una amplia terraza sobre el río Guadalquivir, frente a la sierra Mágina, este enclave andaluz cuenta con un excepcional catálogo monumental, que alcanza todo su apogeo en la plaza de Vázquez de Molina. En ella resplandecen el Palacio de las Cadenas, con su espléndida fachada; la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares, erigida sobre una antigua mezquita árabe y con un magnífico claustro del siglo XVI, y la Sacra Capilla del Salvador, obra del maestro Andrés de Vandelvira, con una portada de estilo plateresco y un retablo de Berruguete en su interior. Pasear por sus calles es como darse una vuelta por el siglo XVI, repletas como están de palacios, como el de los Condes del Guadiana o el de Vela de los Cobos. Completan su patrimonio monumental, entre otros edificios, la Casa de los Salvajes, el Hospital de Santiago y la iglesia de San Pablo.

7. Hervás, Cáceres

La ubicación de Hervás resulta perfecta: al abrigo de la sierra de Gredos, justo donde se intuye ya el valle de Ambroz, con sus gargantas y torrentes de agua. Dicen que sus fundadores fueron los caballeros de la Orden del Temple, que levantaron aquí una ermita en torno a la cual fue creciendo el pueblo. Pero fueron los judíos quienes le confirieron su peculiar fisonomía al asentarse en este lugar en el siglo XVI y crear su propio barrio, de estrechas callejuelas y trazado irregular sobre el que aún sobreviven casas de dos plantas, con aleros y vigas de castaños. Castaños, y también robles, hay muchos en los alrededores de Hervás. Sus hojas resguardan del sol en los meses de verano, pintan de ocres el mágico otoño y de verde la primavera.

8. Cudillero, Asturias

Las hay amarillas, naranjas, rosas, blancas… Las casas de colores que pueblan el anfiteatro natural de Cudillero conforman la imagen más típica de este pueblecito asturiano de pescadores que cuenta con uno de los puertos más activos de todo el Cantábrico. No hay que buscar monumentos. Solo calles, escaleras y callejones, por los que perderse una y hasta mil veces para descubrir, de pronto, y casi por sorpresa, algún mirador desde el que asomarse para fundirse con su entorno, todo azul y verde. Quienes quieran poner una nota cultural al viaje deberán acercarse hasta el Palacio de los Selgas, situado en el barrio de El Pitu, con obras de Goya, Tiziano y El Greco. Sus jardines resultan idílicos, igual que la infinidad de playas (Concha de Artedo, Campofrío, Ballota…) que rodean Cudillero.

9. Priego de Córdoba, Córdoba

En las estribaciones del Parque Natural de las Sierras Subbéticas, rodeada de olivos, la localidad de Priego de Córdoba se escapa de la Ruta del Califato, de la que forma parte, para exhibir sus encantos. Geranios y jazmines adornan las casas del Barrio de la Villa, de aires medievales, con su castillo y sus calles sinuosas, que forman una perfecta conjunción de armonía y belleza, de cal y piedra. Rompen la estrechez plazas como la de San Antonio y miradores como el de Adarve, abierto a las huertas de la Vega. Pero Priego es también la gran joya del barroco andaluz, con iglesias –la de San Pedro, la de Carmen, el Sagrario de la Asunción…– y palacios con rejas de hierro forjado, capricho de aquellos poderosos señores que hicieron fortuna gracias al comercio textil en el siglo XVIII. Así se aprecia en la calle del Río, que desemboca en la Fuente del Rey, un homenaje al dios Neptuno.

10. Laguardia, Rioja Alavesa

La capital de la Rioja Alavesa, en la margen izquierda del río Ebro, domina la comarca desde lo alto de un cerro. Una inscripción en una de las puertas de sus murallas recibe a quienes vienen de fuera: Paz para los que llegan, salud para los que habitan, felicidad para los que marchan. Con estas palabras siempre en la mente es posible recorrer uno de los cascos antiguos más románticos del País Vasco. Casas palaciegas con blasones marcan el trazado medieval de Laguardia, donde destacan su Plaza Mayor porticada y dos iglesias: la de San Juan Bautista y la de Santa María de los Reyes, que cuenta con una espectacular portada gótica. El paseo del Collado bordea el lugar, con los extensos viñedos como únicos dueños del paisaje.

11. Alquézar, Huesca

Entre los barrancos de la sierra de Guara, excavados pacientemente por las aguas del río Vero, se alza, encaramada sobre cresterías calizas, la colegiata-castillo de Santa María la Mayor -que en su origen fue una fortificación árabe construida en el siglo IX- y, a sus pies, el laberíntico caserío medieval de la villa oscense de Alquézar. Primera recomendación: contemplarla a lo lejos, quizás desde el Mirador de la Sonrisa al Viento. Solo así se está preparado para cruzar sus murallas y pasear por su precioso casco histórico, donde roca, agua, arte y leyenda se funden en sus callejuelas. La Plaza Mayor constituye el punto de encuentro habitual para iniciar rutas senderistas.

12. Hondarribia, Guipúzcoa

A solo cinco kilómetros de Irún, a los pies del monte Jaizkibel, en la bahía de Txingudi, que forma la desembocadura del río Bidasoa. Ese es el lugar exacto en el que se recuesta Hondarribia sobre el mar la “muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel Fuenterrabía”, tal y como se puede leer en el escudo de armas que preside en las murallas la puerta de Santa María. A través de ella se accede al casco viejo, de singulares casas solariegas, con aleros tallados y balcones de hierro forjado. La Plaza de Armas, donde se erige el castillo de Carlos V -una sólida construcción de planta cuadrangular-, representa el verdadero centro neurálgico de la localidad. Y el barrio de la Marina, con sus casas de colores, el mejor lugar para tomar unos pintxos.

13. Chinchón, Madrid

Felipe V fue proclamado rey en el año 1706 en la Plaza Mayor de Chinchón, motivo por el cual su hijo, el infante Felipe de Borbón y Farnesio, le otorgó el título de “la muy noble y muy leal”. La plaza, con sus magníficos soportales, es una rareza arquitectónica, cerrada como está por construcciones de tres plantas y balcones de madera, que aquí se denominan claros. Ha sido corral de comedias y lugar donde se celebran autos sacramentales y espectáculos taurinos. Historia viva de Madrid, como también lo son otros de sus monumentos: el monasterio de los Agustinos, que fue fundado por los condes de Chinchón en el siglo XVII y hoy ha sido transformado en Parador; la Casa de la Cadena, un edificio barroco que sirvió de hospedaje al soberano Felipe V en 1706, la iglesia de la Asunción y la Torre del Reloj. Como compras obligadas de la localidad: anís, ajos, aceite y vino.

14. Ribadesella, Asturias

No hace falta esperar hasta el mes de agosto, cuando tiene lugar el popular descenso del río Sella, para visitar esta localidad asturiana que tan bien hace suyo el término de paraíso natural. A un lado y al otro de la ría se extienden playas, como la de Santa Marina, y calas, como la de la Atalaya, pero también muelles pesqueros rodeados de casas marineras. Después de contemplar Ribadesella desde el mirador de Guía, a ser posible a última hora de la tarde, hay que decidirse: o dar un paseo por el transitado paseo marítimo o adentrarse en el casco urbano de la villa, que exhibe plazas amplias, como la de María Cristina o la Plaza Nueva. El monte Corvero, mientras tanto, siempre está vigilando.

15. Alcalá de Henares, Madrid

Si los grandes maestros fueran de verdad inmortales, seguramente nos encontraríamos a Miguel de Cervantes, que nació aquí, tomando un vino en alguna de las tabernas que pueblan el centro histórico del municipio, declarado Patrimonio de la Humanidad. Y es que su espíritu lo impregna todo. El premio literario que lleva su nombre se entrega cada año en la cátedra del paraninfo de la Universidad, de estilo plateresco, igual que lo es la fachada del Colegio de San Ildefonso, el Rectorado, su principal monumento. Sirve este solemne espacio para completar el recorrido universitario, junto a la Capilla, los Patios y los Colegios. Pero hay muchas más cosas que ver. Entre ellas, la Iglesia Magistral, que comenzó a construirse en 1497 a instancias del cardenal Cisneros, auténtico mentor y creador de Alcalá, en la que también vivieron, tiempo atrás, otros escritores como Lope de Vega y Quevedo.

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