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Miedo a la recaída de un cáncer

El miedo a reiniciar uno de los peores episodio de su vida, o el peor, pone en marcha cíclicamente un nuevo episodio de angustia, ansiedad, pánico o simple runrún de inquietud, en esa multitud de personas que trimestral, semestral o anualmente deben acudir a la cita con su oncólogo para acceder a una revisión del cáncer que sufrieron y que, en principio, se considera superado.
Quince días antes de cada control del cáncer de mama que Maribel B., de 58 años, vecina de Badalona, dio por eliminado hace dos años, vuelven las palpitaciones, una especie de taquicardia que le calienta la cabeza, explica. Cuando falta una semana para las pruebas, a eso añade insomnio, y la noche antes de saludar a su doctora para relatarle lo que ha ido anotando -“nada importante”, se repite a sí misma- la ansiedad es protagonista absoluta del momento. “No lo puedo evitar –relata Maribel-. Cada vez tengo más habilidad para calmarme, pero la angustia no hay quien me la quite”.
El episodio es humano y común a hombres y mujeres que supervisan su cuerpo para confirmar que el tumor maligno que sufrieron no muestra trazas de reinicio. Tan habitual, que todos los servicios de oncología de los hospitales catalanes cuentan con psicólogos que cubren ese efecto colateral del cáncer: la angustia. Algunos, entre ellos el área oncológica del Hospital del Vall d’Hebron, de Barcelona, uno de los que atiende a más mujeres afectadas por cáncer de mama de España, ofrecen contacto telefónico permanente, día y noche, con una enfermera o una doctora preparadas para eliminar dudas y reducir la ansiedad.
“Entre un 30% y un 40% de las pacientes en tratamiento, o que han vuelto a su vida habitual pero acuden a controles, nos piden ayuda”, explica Irene Mensa psicóloga especializada en oncología del Vall d’Hebron. “Las más jóvenes son las que sienten más angustia”, añade. El cáncer de mama afecta a mujeres de entre 18 y 90 años y “resulta lógico”, dice Mensa, que el anuncio de que aquel bultito captado casualmente es un tumor cause más sorpresa, y pánico, a quien tiene dos hijos pequeños, y una vida en proyecto, que a una persona de 70 años que, tal vez, ha reflexionado alguna vez sobre el hecho de que el ser humano enferma y muere.
“Se teme el dolor físico, la pérdida de autonomía que implica estar enfermas, la desfiguración que sufrirán si le les amputa uno o los dos pechos, el miedo a lo desconocido ante unos fármacos de los que han oído hablar y, en último extremo, se teme perder la vida”, enumera la psicóloga.
El antídoto fundamental de que disponen los sanitarios para atenuar esos episodios de angustia es la información, asegura la oncóloga Cristina Saura, responsable de la unidad del cáncer de mama en el Vall d’Hebron. “No les ocultamos nada, desde el momento del diagnóstico, a no ser que nos avisen de que no quieren saber demasiado sobre lo que les pasa, excepto lo que han de hacer para cumplir el tratamiento -explica Saura-. La mayoría, quieren saber, y yo creo que estar informadas es una buena forma de controlar la angustia. No es cierto que recibir un diagnóstico de cáncer de mama signifique que te vas a morir”.
La angustia aparece en dos momentos fundamentales: en el instante del anuncio de que se sufre cáncer y cuando concluye el tratamiento, más de un año después, y la paciente obtiene el permiso médico de volver a trabajar y reiniciar su vida habitual. El lapso intermedio lo ocupa sobradamente la entrada en quirófano para que el cirujano extirpe el tumor y la experimentación del posterior tratamiento farmacológico, si es que está indicado. “A veces, con la cirugía es suficiente”, advierte Saura. La terapia será más o menos traumática, o desagradable, en función de si se trata de pastillas hormonales exclusivamente, o si hay que sumar quimioterapia y radioterapia, con sus respectivas consecuencias.
“En la fase de tratamiento, puede aparecer otro tipo de miedo: el que causa la toxicidad ante la quimioterapia que van a recibir, y sus posibles efectos secundarios -prosigue Saura-. Pérdida del cabello, vómitos, insensibilidad en manos o pies, dificultad de concentración, cansancio… Algunas mujeres se niegan a afrontarlo y rechazan la quimioterapia. Recurren a otras medicinas, con un resultado incierto”.
Cerrado el capítulo del tratamiento, llega el regreso a la normalidad y, con ella, la palabra “revisión”. Pronunciarla es suficiente, en muchos casos, para despertar sensaciones que coinciden en un viejo y poderoso sentimiento: el temor a morir. “Las revisiones son el momento en que comprobamos que todo sigue bien, pero, entre control y control, las pacientes saben cómo identificar cualquier rareza en su cuerpo, que destaque de la normalidad -indica Saura-. En ese caso, nos deben llamar inmediatamente”. Un dolor de cabeza distinto o superior a los habituales, un resfriado que dura demasiado o una fiebre sin razón pueden ser indicios de reinicio del cáncer, se les ha explicado a las pacientes. En tales circunstancias, saben, han de acudir al hospital. Algunas personas que han sufrido cáncer, nunca más se desprenden de un cierto grado de angustia. “La integran. Se habitúan a ella”, dice la oncóloga.
El periodico

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