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El médico que sin preguntar sabe si el migrante viene de Libia o de Túnez

El responsable sanitario del puerto siciliano de Pozzallo certificó en marzo la muerte de un refugiado eritreo por hambre.

Tras 20 años asistiendo a desembarcos de migrantes en el puerto de Pozzallo (Sicilia), el doctor Vincenzo Morello sabe, sólo con ver su aspecto —evalúa uno a uno a los recién llegados a bordo de la embarcación que los ha rescatado antes de permitir su desembarco—, de dónde zarparon y los azares de la travesía, pero también, en muchos casos, los horrores que han vivido previamente en tierra.

“Los migrantes que zarpan de Túnez suelen presentar buenas condiciones higiénico-sanitarias, ya que el viaje es más corto, aunque en el caso de las embarazadas las evacuamos siempre al hospital para hacerles una ecografía, pues no siempre saben de cuántos meses están. Los casos más graves, con diferencia, son los procedentes de Libia; suelen presentar un estado de salud deteriorado por las horribles condiciones de subsistencia en los centros de detención, donde permanecen durante meses hacinados, sin comida y sometidos a continua violencia y torturas”, explicaba el 25 de mayo durante el desembarco de 296 migrantes rescatados la víspera de tres embarcaciones por navíos de Frontex, que participan en la Operación Themis, de vigilancia y control fronterizo en el Canal de Sicilia.

“Las condiciones de los migrantes procedentes de Libia, además, han empeorado sensiblemente en los últimos tiempos”, añade Morello. Dos días antes de la charla a pie de escalerilla en Pozzallo, traficantes de personas mataron a tiros a más de un docena de migrantes e hirieron a un número indeterminado de ellos cuando un grupo intentó escapar del centro de detención de Bani Walid, a 180 kilómetros al sureste de Trípoli, según denunció la semana pasada un portavoz de Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en Ginebra.
Desembarco de cadáveres

Morello ha presenciado el desembarco de decenas de cadáveres —en 2015 llegaron en un solo barco 40—, pero nada semejante a la impresión que le produjo certificar, en pleno siglo XXI, una muerte por hambre. A mediados de marzo, Segen, un joven eritreo de 24 años, deshidratado y desnutrido tras pasar 19 meses en un centro de detención libio, y que había sido rescatado la víspera de su llegada a puerto por un barco de la ONG española Proactiva Open Arms, desembarcó en Pozzalo con el último hálito de vida.

“Su cuerpo entero abultaba menos que mi brazo”, recuerda Morello, delegado médico del puerto. “No se me olvidará jamás, me di cuenta de su estado nada más subir a bordo. Estaba en condiciones desesperadas, con los parámetros vitales al límite: muy desnutrido, caquéxico, fibrilando. Le cogí en brazos para cargármelo a la espalda y le pregunté qué le había pasado para estar en esas condiciones. ‘Papá [tratamiento de respeto], [fue] Libia’, me contestó. Pesaba menos de 40 kilos, no pudimos siquiera encontrarle una vena para ponerle la vía del suero. Le evacuamos inmediatamente al hospital de Ragusa, donde murió al cabo de unas horas”. Otros tres jóvenes migrantes que iban en el mismo barco, también evacuados al hospital, lograron sobrevivir.

Morello recordaba las últimas palabras del joven eritreo en declaraciones a la prensa local. “Yo me disculpaba por el dolor que le causábamos al pincharle tantas veces para intentar ponerle la vía, y él me respondió: ‘No, papá, gracias a Italia y gracias a ti”. El alcalde de Pozzallo, Roberto Ammatuna, comparó el episodio con las imágenes de esqueletos andantes en los campos de exterminio nazi.

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